Relación peligrosa — Agatha

Su pajarita terminó desabrochada a mitad de la noche. Nicholas generalmente estaba bien vistiendo de aquel modo, pero había tenido tanto por hacer aquel día que a esa hora de la noche, lo único que le provocaba era desnudarse y darse un baño (y quizá morir en la tina).

También estaba hastiado de perseguir a Agatha. Ella parecía querer sacarle de quicio a la primera y por si fuera poco, no podía quejarse demasiado porque nadie creía lo muy irreverente que era ella. Cómo odiaba que le hubiesen comprometido y, para colmo de males, con la persona más rebelde (más que su pequeña hermana, y eso ya era decir bastante)— Vuelve aquí ahora mismo, Agatha —dijo en voz alta, caminando detrás de ella. Estaban alejados ligeramente del tumulto de personas, pero aun así se contuvo de gritarle. Sus dientes chirriaron al decir aquellas palabras, y apretó los puños de la ira.

Habían discutido, como parecía ser lo común entre los dos, y él estaba a punto de perder los estribos. ¿Es que ella no podía entender que era su prometida? Ella no podía andar haciendo lo que le diera la regalada gana, mucho menos con cualquier otro tipo que haya salido de quién sabía donde.

Se pasó la mano por el pelo y luego apretó el puente de su nariz entre sus dedos para controlarse— Te estoy hablando, Agatha, no me hagas... —se quedó callado, sabiendo que estaba amenazándola. Pero, para ser franco, él no tenía idea de cómo podía amenazarla. Nick perdía la paciencia con facilidad, pero nunca le pondría una mano encima, eso estaba claro. Lo otro por lo que podía hacerla temblar, era quizá la tensión entre los dos, pero eso tampoco iba a servir en este caso. Ella seguramente estaba disfrutando de verle tan abatido.

Seguía caminando a pesar de escuchar la voz de su prometido llamándola, esa voz que parecía perseguirla hasta en sus peores pesadillas y hacerle ver lo que vivir con el propio Demonio significaba. No iba a mentir, ya era suficiente el haber tenido que asistir a aquél evento para hacer alarde del título que le habían dado sin consentimiento o aceptación como para también tener que lidiar con Nicholas — Es como un par de grilletes sobre los tacones —, porque hasta cuando estaba en sus peores momentos, la vizcondesa demostraba que la elegancia jamás se perdía.

Se detuvo entre sus pasos al escuchar la amenaza del hombre, se dio la vuelta lentamente con una sonrisa en las labios, una que podía sacar de quicio a cualquiera y en especial a aquél a quien iba dedicada. — ¿Que no te haga qué, amor mío? — preguntó alzando ambas cejas disfrutando la situación a pesar de haber tenido demasiadas copas de champagne para un pequeño brindis. Aún tenía la copa en mano y la balanceaba sin hacerla caer, lo que menos quería era que los estirados de los demás se dieran cuenta del pequeño espectáculo que estos dos estaban a punto de dar. Saboreaba aquél apodo, uno que los plebellos utilizaban con un significado detrás mientras que la pelinegra sólo lo sumaba a su gran lista de burlas dirigidas a su pareja — No soy capaz de amar a nadie de sangre azul — O de sangre en general, si iban al caso.

— No puedes pedirme que sólo me enfoque en ti, hay Agatha para todos — exclamó ella en tono inocente devolviéndose en sus pasos hasta llegar a él, con la copa siendo lo único que los separaba a ambos, terminó por acercar su rostro al oído del príncipe y susurrar en esa voz ronca que la caracterizaba. — Y yo sí dejo que tú seas de todas, después de todo, somos figuras públicas — recordó antes de separarse por completo dejando un espacio considerable entre ambos, el hombre no lo sabía pero el hecho de que ella estuviese permitiéndole semejante honor demostraba lo muy poco que significaba en su interior, no eran una pareja de verdad, eran dos desconocidos compartiendo un anillo y un arreglo de negocios.