Everything is gray — Priv.

Días pasaban y aquel recuerdo seguía tan latente en su corazón como si sólo hubiesen pasado una fracción de segundos. Las acciones de Finn eran más torpes que de costumbre y eso se debía a que su cabeza no estaba del todo en donde por norma general, debería estar. Hubo un motivo por el cual Finn aceptó la demanda de su padre, y ese motivo no es más que olvidarse por un rato de que por sus venas corría sangre real, pero, por más que quisiera evitarlo, no podía simplemente deshacerse de todo como si se tratase de basura y nada más, no, después de todo seguía siendo el principal sucesor del rey regente, es decir, su padre. Aunque a él no le agrade mucho llamarlo de ese modo, se limita a sólo decirle rey.

En fin, lo cierto es que terminó metido de cabeza en una fiesta que sólo admitía miembros de la realeza, y por supuesto, allá estaba Finn cumpliendo su labor como representante de su país. Y te preguntarás, ¿a qué viene todo esto? simple, el moreno conoció a un chico ese día, un chico que a simple vista parece demasiado normal, salvo que Finn no contaba con que se quedase prendado de él al mínimo contacto visual. Hablaron muy poco, pero fue lo suficiente como para sacarle información importante, como por ejemplo su nombre. No sabía como acabaría todo esto, podría ser el peor error en su vida como lo mejor que le haya pasado, no lo sabía, y aún así quería tomar el riesgo y lanzarse a lo desconocido. De buenas a primeras no mostró mucho interés por él, pero esperaba que esa manera de pensar cambiara con el transcurso del tiempo, a fin de cuentas soñando también se gana.

Después de hablar con su prima, logró sacarle su número de teléfono, todo sin que él se enterase. Posiblemente ella terminaría pagando los platos rotos por la intromisión del australiano, pero tampoco podía pedirle su número directamente a él, era demasiado obvio que no se lo daría. Estaba consciente de que posiblemente estaba metiendose en territorio ajeno, ¿pero desde cuando eso lo ha detenido? ahora no iba a ser diferente.— Hey, espero que estés teniendo un día agradable —texteó y segundos después lo mandó al número que había conseguido.

Ser de la realeza no te eximía de, en ocasiones, experimentar el aburrimiento. Aunque a Mikkel no le disgustaba aburrirse, pues era una excusa perfecta para hacer el vago, tirarse en la cama a lo largo y disfrutar de un rato de tranquilidad, mientras Artic Monkeys retumbaba en su habitación. Apenas había pasado una semana desde la última fiesta de alta sociedad a la que había acudido. Si bien era cierto que tenía que improvisar la mayoría de su pasado, Mikkel demostraba un natural talento para encandilar, entre sonrisas y palabras corteses, a cualquier objetivo. Joder, su encanto era tal que, a veces, lo utilizaba sin darse cuenta, como con aquel pesado que había intentado hablar con él toda la noche. Un muchacho atractivo, sin duda, pero Mikkel se sabía prácticamente de memoria las caras de los principes y princesas herederos de las monarquías europeas y no iba a fingir interesarse por otra cosa que no fuese una reluciente corona.

La vibración de su móvil lo sacó de su ensimismamiento, el muchacho tomó el aparato y deslizó la pantalla, viendo un mensaje de un número que no tenía guardado. Frunció el ceño, por su cabeza pasaban cientos de posibilidades de la persona que se encontraba al otro lado de la pantalla, pero no estaba seguro de ninguna. Con una mueca de hastío, Mikkel comenzó a teclear en la pantalla táctil del móvil. — ¿Quién eres? No tengo tu número. —puso un iconito para no parecer tan borde, aunque realmente eso se la soplaba y presionó enviar, volviendo a tararear al ritmo de la música, aunque ahora algo más pendiente de las respuestas de ese número desconocido.

Aquel comentario para muchos, incluyendo a su padre, seguramente resultase de mala educación, pero la reacción de Finn fue totalmente la opuesta, es decir, sabía perfectamente que él no tenía su número ¿qué esperaba, que le saludase como lo haría con cualquier otro de sus amigos? Por supuesto que no, mejor motivación que esa, no había. Aunque no estaba seguro que lograría con todo eso, pero más vale perder y haberlo intentado, que arrepentirse por nunca hacerlo.

— Me conoces perfectamente bien, te daré un par de pistas: fiesta aburrida y pesado de turno, seguro que la atinas —añadió varios emoticones riendo y mandó el mensaje, dejando el móvil encima de la mesa de la cocina para ir por un vaso de agua, ¿le respondería? esperaba que sí. Se sentó en el sofá y prendió la TV, mirando por momentos la pantalla de su móvil para cerciorarse de que no había llegado ningún mensaje.

En cuanto Mikkel vio el mensaje que había aparecido en su pantalla, una mueca de fastidio y sorpresa apareció en su rostro. ¿Cómo diablos había conseguido ese pesado su número de teléfono? Ya no estaba rodeado de un ambiente distinguido, así que se podía permitir escribirle a ese acosador todo lo que le diese la gana. Tampoco iba a resultar tremendamente borde, solo lo justo para espantar y alejar a cualquier persona con dos dedos de frente. Aunque, de nuevo, Mikkel no estaba seguro de que el otro entendiese sus indirectas, en la fiesta ya le había dejado claro que no estaba interesando en él y, aún así, el otro había tenido el valor de enviarle mensajes. ¿Era un acto estúpido y desesperado o tremendamente adorable? El danés se decantó por la primera opción.

Sus dedos, raudos, comenzaron a teclear. — Oh, eres tú. Creía que te había dejado claro que no quería nada, no te ofendas. —puso una carita avergonzada y continuó escribiendo. — ¿De dónde has sacado este número? No recuerdo habertelo dado. —acabó, dejando el móvil en la cama, con un extraño nudo en el estómago, no acostumbrado a tener que decir dos veces que no a la misma persona.

El móvil sonó y tan pronto como lo escuchó, lo tomó entre sus manos y desbloqueó la pantalla táctil, leyendo el mensaje que efectivamente le había mandado el rubio. Una mezcla de sensaciones, algunas no muy agradables, se pasearon por su rostro al momento de leer los mensajes, estaba claro que era sólo un estorbo para él y que no quería saber nada de Finn, sin embargo no quería desistir tan fácil, es decir, ¿al menos podían ser amigos, no? ¿había que ser tan gilipollas como para actuar de esa manera? estaba acostumbrado a tratar con chiquillos nacidos en cuna de oro y su actitud lejos de alejarlo, ejercía en él, el efecto completamente contrario.

— ¿Siempre actúas de esa manera con todos? y yo que pensaba que eras un sujeto agradable, las apariencias engañan al parecer —dejó un espacio y con ello; una mueca de desagrado hizo acto de presencia en su rostro, ¿qué le diría? no podía decirle que su prima se lo había dado.— Olvídate de como conseguí tu número, ¿te olvidas que formas parte de la realeza? fue demasiado sencillo obtenerlo —y, aunque dijo aquello sólo para salir del paso, la verdad es que tenía razón, apostaba que la mitad de las personas en aquella fiesta probablemente tuvieran su número, formalidades más que todo.