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Mensaje por P. Rodrigo de Doménech Miér Sep 02, 2015 6:01 am

Rodrigo odiaba asistir a funciones públicas cuando sabía que sus niveles de paciencia estaban bajos. Generalmente, el futuro monarca era capaz de sonreír y saludar a todos con gran simpatía, sin embargo, en sus días malos no podía quedarse más de cinco minutos con la misma persona porque entonces sentía que perdía los nervios y su capacidad de contener el sarcasmo. Esa noche estaba destinada al desastre desde que llegó al dichoso evento al que su círculo lo había urgido a asistir. Su traje hecho a medida no era suficiente para que el joven príncipe convenciera a la gente y a la prensa de que estaba encantado de poder participar en aquella gala. Así que nada más llegar, se apresuró a sonreír y a bromear un poco con las personas que se le acercaban con claras intenciones de abordarlo y no dejarlo escapar.

Tras dos horas y media, el príncipe de Asturias había tenido bastante. Ya había negado favores, rechazado ofertas de calentar su cama y obviado críticas sobre sus ideologías políticas. Apurando la copa de vino (que tampoco había estado a la altura de sus necesidades por embriagarse y olvidarse de dónde estaba), Rodrigo se disculpó ante el círculo que lo rodeaba. Charló con personas al azar para que nadie se percatase de que su objetivo era la puerta de salida al jardín y cuando estuvo lo suficientemente cerca, simplemente dijo que iría por un cigarrillo y volvería a la fiesta. Como nadie se ofreció a acompañarlo, él se apresuró para que nadie cambiase de opinión y decidiese hacerle un poco de compañía. La escapada le sirvió para que los invitados lo dejaran en paz, lamentablemente, su equipo de seguridad no era tan fácil de burlar, así que se limitó a acercarse al jefe de éste para que le diesen algo de libertad. Él no huiría de ellos si todos prometían darle su espacio antes de regresar a su residencia.

Esa situación era la que derivaba en la escena que se acontecía en ese momento. Rodrigo se encontraba sentado en un banco de piedra de los jardines de aquel salón, fumando un cigarrillo que no tenía ni idea que tenía en el bolsillo del saco y contemplando las estrellas con nostalgia. Inglaterra podía ser maravillosa, pero el joven sentía una gran añoranza por su tierra. Afortunadamente, no estaba lejos de terminar su maestría y esperaba poder regresar lo más pronto posible a España. El característico taconeo de los zapatos altos de una mujer le indicó que su tiempo a solas había terminado. Le dio una última calada al cigarrillo y lo tiró sin fijarse ni en dónde caía. Cuando se giró para ver quién era la siguiente escapista, no pudo evitar que una sonrisa irónica curvase sus labios — ¡Pero quién lo iba a decir! La mujer que llega más tarde es la primera en querer escapar ¿Dónde han quedado sus modales, señorita Niklasson? — él se acercó a la escalera y le tendió una mano a la mujer — ¿Segura que con esos tacones será capaz de correr si alguien va tras usted? — su sonrisa se acentuó todavía más al terminar su pregunta, sabiendo que le esperaba una respuesta ágil e irónica.
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