you can count on me to misbehave — N.

A ver, ¿qué era mejor que escapar de casa para ir a una fiesta en el club más prestigioso de todo Ámsterdam? Absolutamente nada. Haber dado la excusa de que necesitaba visitar el tocador de damas para escabullirse por los túneles había sido la idea más sensata que tuvo, pues lanzarse directamente por la ventana de su habitación no colaba del todo. ¡Hasta había podido quitarse al estúpido simio que tenía por guardaespaldas de encima! Aunque estaba más que segura de que dicho inútil se encontraba ya entre la multitud observándola como quien está por asesinar a su víctima.

La multitud la rodeaba con deseos mixtos, estirándose hacia ella para poder probar un poco del mundo que la princesa prometía. Algunos querían comprobar los rumores de su promiscuidad por cuenta propia, mientras que otros parecían querer sus quince minutos de fama para aparecer en los diarios al día siguiente. Pero Marja los ignoraba a todos, refugiándose en la sección VIP con una buena cantidad de shots y una Hookah a mitad de la mesa. El paraíso en su mínima expresión, pues lo divertido comenzaba cuando las luces neón empapaban los cuerpos de los presentes.

Se estiró para desentumir su cuerpo, asegurándose de que su corto vestido terminara subiéndose un poco más de lo debido sobre sus muslos. Nunca estaba de más enseñar piel, pues estaba más que segura de que los presentes lo agradecerían—. Me largo a bailar —gritó a sus amigas sobre el sonido de la música, cruzando la línea divisora no sin antes dedicarle un guiño al guardia.

Instintivamente su cuerpo comenzó a moverse al ritmo de la música, haciéndose paso entre los cuerpos que creaban un círculo a su alrededor para dejarla pasar. Poco a poco los curiosos comenzaron a atreverse a acercarse, dando giros a su alrededor hasta que uno llamó lo suficiente su atención para permitirle bailar con ella. Sus brazos rodearon el cuello de él, sonriendo de forma ladina mientras las manos contrarias recorrían su cintura. ¿Había dicho ya que el castigo que su madre le daría por escapar valía la jodida pena?

Nicholas había apenas llegado hacía un par de minitos a casa.

Había estado la mayor parte del día en una casa de acogida, con sus labores como príncipe, yestaba agotado. Lo que menos quería era salir nuevamente, sino más bien recostarse y quedarse dormido sin nada que lo perturbara.

Su familia se encontraba cenando cuando él llegó. Y, a penas su madre le vio entrar por la puerta, se levantó de la silla y fue a su encuentro— Cariño, qué bueno que llegas —ella le sonrió amable y le dio dos besos en las mejillas antes de continuar— ¿Qué tal te fue? —desde toda la estatura de Nicholas, él podía oler que las malas noticias se avecinaban. Miró a la mesa, donde estaba su padre atiborrándose de comida sin ningún tipo de preocupación, y a sus hermanas. La única que no estaba allí era una de las gemelas, más concretamente Marja. Si las gemelas se vistiesen parecido o tuvieran una personalidad o gestos similares, él no las reconocería, de eso estaba seguro pero, por suerte para él, las dos eran muy distintas.

Mientras que Kate cogía los cubiertos con delicadeza, Marja era más torpe en este aspecto. Una vestía vestidos adorables, y la otra vestía cosas que le hacían querer castigarla todo el día en la habitación. Y, mientras una cumplía sus castigos (si es que en algún momento los tenía), la otra se los saltaba a la torera.

Frunció el ceño con cuidado y habló a penas— Bien, ¿y Marja? —escuchó el resoplo de Kate, su gemela, y entonces lo supo, incluso antes que su madre se lo explicase— Ella ha salido al baño hace una hora.

Una hora era demasiado para ir al baño. Ciertamente las mujeres se tardaban pero nunca una hora. Rodó los ojos por lo incapaces que eran todos allí para darse cuenta pronto que Marja huía siempre que podía, con excusas tontas.

— ¿Al baño? —suspiró— Veré en qué antro se ha metido ésta vez. No nos esperen despiertos —avisó, conduciéndose nuevamente hacia afuera donde su guardaespaldas estaba esperando tranquilo en el coche—. Rastrea el móvil de mi hermana, John, por favor —pidió, más bien ordenó con poca paciencia, mientras cogía el puente de su nariz entre sus dedos pulgar e índice.

Entre Marja y Agatha iban a sacarle las canas que no debería tener tan deprisa.

Fuese como fuese, John tardó un cuarto de hora en conseguir su cometido. Como era de esperarse, los guardaespaldas de su hermana no tenían ni la menor idea de su paradero y pensaban fervientemente (incluso se atrevieron a porfiarle) que ella seguía cenando. La inutilidad de esos hombres era incalculable. Para su suerte, John era mucho mejor guardaespaldas que ellos, y le había encontrado la dirección antes que estallase en improperios cargados de ira y estrés. Él lo único que quería hacer era dormir y ahora debía buscar a su hermana. ¿Es que esa niña no podía parar de meterse en problemas?

Podría decirse que los antros eran de los lugares favoritos para Marja. Con todas la luces, la cantidad de tíos buenorros a elegir, los tragos y demás vicios hacían de aquel lugar un hogar para la neerlandesa. Allí no necesitaba saber qué cubierto utilizar, qué formalidades debía tomar, cuán larga debía ser su falda o siquiera cuál era su maldito apellido. Que sí, amaba ser una princesa y tener control y poder sobre las personas, pero cuando ésto le pasaba factura sí que no era de su agrado.

Mentalmente imaginó la escena que se armaría en casa al notar que no había regresado de su eterna visita al tocador, riendo a carcajadas de sólo pensar en la expresión de horror de su madre y el rostro enrojecido del Rey. Muchas eran las veces que les había fallado y una más no era nada, que al menos no había tenido la idea de viajar al otro lado del mundo con el hijo de un mafioso italiano. Porque de poder hacerlo, lo podía, aunque siendo sinceros ese tipo de hombres no era lo suyo.

Pero la noche era joven y ella también, por lo que comenzar a pensar en su próximo homicidio era malgastar tiempo que podría utilizar conquistando a su nuevo acompañante.

Sus caderas se contoneaban al ritmo de la música, pegando su cuerpo al de aquel desconocido con una sonrisa plantada en sus labios. Su mirada subía y bajaba por la estatura de él, lanzando ambos brazos tras su cuello para acercarlo más a ella. Le gustaban los encuentros casuales y sin complicaciones, esos simples "me tiré a la princesa" que muchos creerían y otros cuantos dudarían. Tampoco era una zorra que se bajaba las bragas por cualquier idiota, pues si éstos se pasaban de listos se aseguraba de quitarles las ganas con una buena patada en la entrepierna.

—Me gustan los chicos que saben bailar —le dijo al oído, mordiéndose el labio inferior con esa mezcla de querer joder con sus hormonas e invitándolo a hacer lo mismo con ella. El chico pareció captar la indirecta, tomándola brúscamente por la cintura para hacerla girar sobre la pista de baile.

Internamente deseaba tener a la prensa escondida en los rincones sacando fotografías de todo aquello, porque de ser así podría agregar un nuevo título a su extensa lista de desgracias y castigos. Al menos no se había topado con su guardaespaldas o algún familiar aún, y eso vaya que era un milagro.