do i know you? — vincent.

Los barcos le gustaban. ¿A quién no? También le gustaba navegar, aunque lo único que ella hacía cada vez que viajaba en un barco era pasar el rato en cubierta y asomarse por la barandilla hasta que su madre la reprendía por ello y tenía que dedicar unos cuantos minutos a pasear hasta que volvían a dejar de prestarle atención y recuperaba su libertad. Aquel día no estaban allí para navegar, sin embargo. Se celebraba una fiesta en honor a uno de los miembros más antiguos del club y allí estaban los Abbott, haciendo acto de presencia como siempre. El Primer Ministro tenía que acudir a todo tipo de celebraciones y su mujer e hijas, las menores al menos, le acompañaban. Por lo menos ese día le habían dejado escoger la ropa y vestía unos shorts de color blanco y una blusa vaporosa de tirantes finos de rayas azules y blancas, combinado con unas sandalias azules con algo de tacón.

Paseaba por entre la gente con una copa en la mano. Lo bueno de esos eventos era que nadie se fijaba demasiado en ese tipo de cosas, lo que había sido de utilidad cuando todavía no tenía edad legal para beber alcohol. Ahora eso ya no importaba, pero sabía que su madre le habría dicho algo por estar bebiendo alcohol antes del mediodía, si es que aquel combinado de sabor dulzón realmente tenía alcohol, claro. Saludó a varias personas, sonrió a muchos y charló con otros tantos que preguntaban si no pensaba viajar en vacaciones. Tal vez en agosto. Ésa era la respuesta que daba una y otra vez. Por lo menos era más fácil hablar de eso que de la universidad.

Buscó un lugar tranquilo, desde donde podía ver más o menos todo lo que sucedía en aquel lugar. Buscaba rostros conocidos, alguien con quien divertirse y hablar de algo que no fuera política, universidad o cualquier otro tema que Clover consideraba soberanamente aburrido.

-No señora Smith. No me gustan los barcos, en realidad estoy aquí porque mi padre no ha podido venir ya que se encuentra convaleciente debido a una reciente operación de apendicitis, por lo tanto estoy yo haciendo lo que debería estar haciendo él, ya me entiende. Y repito, no, no me gustan los barcos por enésima vez.- Me despedí de la cansina e impertinente mujer de uno de los socios de mi padre que a sus casi 7O años no cesaba en sus intentos de tirarme la caña para ver si conseguía pescar algún tipo de cumplido por mi parte, pero no, a mi no me iba la necrofilia ni nada que pudiese parecérsele.

Decidí perderme entre la gente y capturar una de esas copas repletas de Dom Perignon Vintage que tan bien venían para paliar la sed y aliviar un poco el calor sofocante y extraño que Londres estaba sufriendo últimamente. Se me acercaron un par más de colegas de profesión con los que había estudiado el máster en especialización de finanzas empresariales que a lo único que iban era a buscar a alguna sueltecilla que quisiera pasar el resto del día con ellos y con suerte, terminar en su cama. Nuevamente, decidí alejarme del jolgorio y me recluí por las zonas menos concurridas, lo que me llevó a observar a lo lejos una silueta que podría reconocer en cualquier sitio, y más después de la odisea vivida de la que no sabía si ella recordaría o se le vendrían por encima las lagunas de amnesia.

-La próxima vez tenga más cuidado señorita Abbott. Por suerte solo fueron 4, pero si llegan a ser 5 o 6 no se si ahora mismo estaría de pie contándolo o en la cama de algún hospital con alguna que otra costilla rota.- Mi sonrisa restó cualquier tipo de importancia al comentario, pero no mentía en cuanto a advertirle que tuviese más cuidado pese a hacerlo de una forma suave y completamente comprensiva. -Soy Vincent Howard, un placer.- Extendí mi mano con cordialidad esperando que ella hiciera lo mismo.

-Me estoy aburriendo soberanamente. Si lo prefieres, nos vamos a tomar unas birras y algo de tapeo a un bar que hay aquí al lado el cual han ambientado como si de un bar de la ruta 66 se tratase. ¿Nos libramos de la muchedumbre durante unos minutos?- Le sugerí con energía y con unas ganas tremendas de salir de allí que no se las imaginaba nadie.

Pocos eran los asistentes de su edad. ¿Dónde se habrían metido? De vacaciones, seguramente. Cuando llegaba la época estival todo el mundo viajaba a sus casas de la playa o se iba de vacaciones a la Costa Azul francesa. A ella misma no le importaría marcharse unos cuantos días lejos de Londres para descansar y escapar de la exagerada atención de sus padres que parecían estar pendientes de cada uno de sus movimientos. Que ella recordara, jamás habían hecho lo mismo con Lizzy, aunque puede que eso fuera porque su hermana no daba demasiados problemas. Ella tampoco, obviamente, sólo quería disfrutar un poco más de su juventud. No iba a tener dieciocho años toda la vida y todo el mundo sabía que el verano entre el instituto y la universidad era el más importante de todos, mucho más cuando ibas a pasarte varios años estudiando algo que no te interesaba. Ése era el caso de Clover, por supuesto.

Había encontrado un lugar tranquilo y calmado, lejos de preguntas curiosas y de la insistencia por que hablara sobre temas más serios. Sus ojos claros observaban todo a su alrededor, segura de que aquel sería un día tan aburrido como cualquier otro. La voz junto a ella la sorprendió, logrando que se sobresaltara. No se había dado cuenta de que alguien se había acercado a ella y lo cierto era que sus palabras lograron confundir a la rubia. —¿Perdón? —preguntó, frunciendo el ceño ligeramente. —Clover Abbott, aunque algo me dice que es algo que ya sabe. Un placer. —se presentó de manera formal, tratándole de usted tal y como le habían enseñado y estrechando su mano. Lo cierto era que su rostro le resultaba familiar, pero todos lo eran, al fin y al cabo. En aquel tipo de celebraciones todo el mundo terminaba conociéndose.

Si le había sorprendido su primer comentario, aquella oferta logró hacerlo mucho más. —Se supone que debería quedarme aquí. —dijo, aunque debía reconocer que le apetecía el cambio de plan. —A mis padres no les gustaría que abandonara la fiesta sin avisar y seguro que si se lo digo, no me dan permiso. —sonrió ligeramente. Había escapado de tantas fiestas que hacerlo ya ni siquiera suponía un reto. Cambiar aquella copa por una cerveza helada y los canapés de caviar por algo más comestible resultaba tan tentador... Se mordió el labio inferior y alzó su mirada hacia él. —¿Puedo fiarme de usted? —inquirió. ¡Cómo si fuera a decirle que pensaba secuestrarla o algo parecido!

Como bien se había imaginado, la pequeña Clover no tenía ni la menor idea de porque estaba diciéndole todo aquello. Su cara de sorpresa hacía que la situación se tornase pintoresca y peculiar, nada que no viniera bien para comenzar a dar explicaciones. -Como me lo suponía...- Dejó caer en modo afirmativo y la invitó a salir de la fiesta por la zona 'trasera'.

-Resulta curioso que preguntes si puedes fiarte de mi cuando fui yo quien te llevó a casa, te puso el pijama e hizo que pudieses dormir tranquila y de una pieza. Pero veo que lo que tienes es una enorme laguna mental. ¿Qué tal si evitamos pedir permisos? Ya habrá tiempo de pedir perdón.- Lo dije en referencia a pedir permiso a sus padres para abandonar aquello que pese a su juventud no estaban ante una cría de 1O años a la que ponerle una correa y un bozal. -Trátame de tú, no lo hagas de usted, me hace sentir muy pero que muy viejo y solo tengo 28 años, no me traumatices.- Eché la cabeza hacia atrás entre risas y caminé junto a la rubia, la cual esperaba que no tardase pronto en sentirse cómoda, pues yo de momento no había sacado mi lado ogro a relucir y con ella no tenía ninguna intención.

-Si después te dicen algo, échame la culpa. Di que soy un viejo amigo y que casi te he obligado a acompañarme para no sentirme solo.- Me alcé de hombros y con mi insistencia, Clover no tuvo más remedio que hacerme caso, tal vez le había invadido la curiosidad pues no todos los días te dicen que un desconocido te ha metido a la cama y te ha puesto el pijama.

-Entonces señorita Abbott, no recuerdas absolutamente nada.- casi en tono afirmativo dejo escapar la frase y alzo la mano al camarero mientras nos sentamos en aquel bar que tenía una música country agradable y al parecer unos buenos nachos con cheddar por cada cerveza que pedías.  -¡Un par de tanques aquí! Y los nachos por favor, no nos deje sin nachos-

-Bueno Clover. Dime, ¿por donde quieres que empiece?-

La boca de la rubia se abrió ante tal confesión, aunque fue incapaz de pronunciar palabra ante su revelación. —¿Cómo? —fue capaz de decir, al cabo de unos segundos. ¡Por el amor de Dios! Parecía estúpida. Quería creer que cualquiera lo parecería en una situación similar. Aunque parezca mentira, había pocas noches de las que Clover no se acordaba, pero siempre intentaba acordarse de cómo y con quién había llegado a casa, aunque eso supusiera recordar únicamente el tropiezo en las escaleras o el haber estado a punto de romper un jarrón. Pero los recuerdos de la noche a la que Vincent hacía referencia eran inexistentes. Al día siguiente ni siquiera sus amigas supieron decirle cómo había llegado a casa.

A pesar de la confusión y de saber que tenía que quedarse allí por orden de sus padres, tomó un último sorbo de su copa, dejándola sobre la bandeja del primer camarero que pasó por su lado. —Lo siento, es a lo que me tiene acostumbrada toda esta gente. Deberías ver cómo se refieren a mí algunos de ellos. —rodó los ojos. Que la trataran como si tuviera cincuenta años le parecía estúpido, pero sus padres le habían enseñado bien y ella misma también se refería con ese respeto a los demás. —¡Oh, lo haré! No lo dudes. —rió. Sí, utilizar aquello como excusa sería lo primero que hiciera cuando su madre pusiera el grito en el cielo al no verla allí.

Cuando cruzó la puerta de aquel local supo que se sentiría mucho más cómoda allí que en el club. Dejó el pequeño bolso de mano sobre la mesa y se sentó frente a Vincent. Nachos y cerveza; sin duda, mucho mejor que lo que habían comido y bebido en aquella fiesta. —¿Por el principio? —sugirió. Recordaba haber salido del bar, pero creía que estaba acompañada. Por lo menos recordaba algunas voces a su alrededor, aunque no podía decir si eran amigas o enemigas. Nada más llegar lo que habían pedido, tomó un sorbo de cerveza y tras dudar un instante, puesto que los nachos parecían quemar, se decidió a coger uno de ellos con cuidado.