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Mensaje por F. Chiara Caligari Sáb Ago 29, 2015 12:19 am

Royal Thames Yacht Club
Mariano A. Casiraghi
28.08.15
2:30 pm
El arte de un infortunio



Era la tercera vez que observaba los amplios ventanales del Club de Yates. La música de ambiente sonaba lo suficientemente baja como para no interrumpir las conversaciones de los presentes, pero lo suficientemente alta como para ser escuchada por aquellos que no conversaban con nadie. Chiara era una de esas ultimas. Refugiada en una esquina del salón, cercana a la barra que era atendida por un hombre que le sacaba unos cuantos años, había estado allí porque su mejor amiga le había abandonado, literalmente. Después de casi haberle rogado que la acompañara al evento benéfico que se llevaría a cabo en el Royal Thames Yacht Club, la chica simplemente argumentó que debía atender algunos asuntos familiares y desapareció. Chiara la entendía. Después de todo, debía poner la mejor cara y sonreír a cuanto posible socio le presentara su padre. La rubia, por su parte, no tenía por qué ser presentada a nadie, y aunque ese pensamiento consiguiera irritarla, estaba bastante consciente de su realidad.

Alguien carraspeó a su derecha, y a la mujer de nombre italiano le bastó sólo ladear el rostro para que una copa de champagne entrara en su campo de visión. El hombre de la barra parecía estar plenamente consciente de la irritación creciente de la rubia y parecía creer que una copa iba a aligerarlo. Tenía razón. Chiara tomó la copa entre sus dedos y le regaló una sonrisa cortés antes de girarse y empezar a caminar hasta la puerta que conectaba con los jardines del club. Un sorbo a su copa le bastó para identificar un Pernod Ricard, su champagne favorito; casualidad o no, eso le sirvió para que su irritación descendiera dos grados.  

Afuera, la música sonaba un poco más fuerte que en el interior del club, pero a la rubia no le molestó en lo absoluto. Se movió con su copa entre sus dedos, admirando los cortes en los arbustos para la creación de formas; estaba algo distraída, rememorando las veces que había ido al club de yates. No era primera vez, por supuesto; había estado allí desde que era una adolescente y parecía conocer bastante bien los eventos del lugar. En una hora, tal vez menos, harían el llamado para empezar la subasta con fines benéficos que habían organizado y Chiara seguía debatiéndose si pujar o no por alguna obra. En su cuenta de banco había más dinero del que ganaría durante un año de trabajo como azafata pero, la historia de cómo consiguió ese dinero seguía siendo el secreto mejor guardado de la rubia; arriesgarse a participar en la subasta, era también arriesgarse a develar un poco de lo que ha estado ocultando. Pero el arte era una de sus pasiones, he allí el dilema.

Otro sorbo a su copa, y sus pies la guiaron hacia los invitados al evento, apostados cerca de la barra en el exterior. Chiara no creía conocer a nadie en ese lugar, así que simplemente abrió el abanico que llevaba en su mano izquierda, un objeto a juego con su sombrero negro y su vestido ceñido hasta la rodilla.

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El arte de un infortunio — Priv. Empty Re: El arte de un infortunio — Priv.

Mensaje por Mariano A. Casiraghi Sáb Ago 29, 2015 5:20 am

El arte de un infortunio



Monotonía a eso se traducía la existencia del Casiraghi mayor, siempre acostumbrado a la vida de excesos que tarde o temprano le llevó a caer en la mayor rutina de todos los tiempos, una de la cual no podía salir. Pese a que no poseyera títulos nobiliarios, tenía obligaciones con su majestad, como miembro de la Familia Real de Mónaco. Su vida era una constante, un círculo vicioso de mierda que deseaba cambiar, pero era demasiado tarde porque estaba hundido en el mismísimo infierno y sus demonios no le dejarían proseguir nunca. Sin embargo mientras hacia su entrada al club de yates, abotonando su finísimo saco diseñado en exclusiva para él por el emporio de Armani, acomodó sus gafas de sol y se permitió pensar en aquellas épocas dónde había sido tan feliz.

Catalina, el nombre que adoptó cuando contrajeron nupcias. La mujer de su vida, la única que consiguió trastocar a fondo todo su ser, que transformó su vacía subsistencia en esperanza, que se esmeró en reconstruir cada pedazo de Mariano, le orientó y sin saberlo le hizo redireccionar las visiones que desde la muerte de Stefano, perdió. Pero el destino cruel le golpeó de la manera más injusta, llevándose su inocente y carismática alma hacia el más allá, haciéndole sumirse en las más profundas de las miserias. Cuando rememoraba aquellos días primeros después de su descenso sentía pena por sí mismo, se convirtió en un muerto viviente, no comía, no reía, no salía, solo se embriagaba y lloraba en La Provenza. Con eventualidad el conformismo tocó su puerta como una tranquila paloma vuela sobre el cielo y tuvo que aceptar la realidad Catalina no volvería jamás, estaba muerta.

Volvió a retomar sus actividades diarias pero lo hacía mecánicamente por instinto y no por placer, desde ese entonces se juró nunca más volver a enamorarse, Catalina no merecía ser olvidada jamás, las mujeres solo serían objetos con los que se divertiría hasta saciarse, todas eran iguales de zorras.

El cuerpo de seguridad que le acompañaba enseguida se desplazó al ver que todo estaba en orden. El hijo de Carolina de Mónaco se detuvo a saludar a un par de conocidos que se deshacían en halagos para su persona y a los que el castaño consideraba hipócritas, podía ser lo que fuese, pero jamás idiota. La elegante música resonaba como el cantar de los pájaros, pero tan fuerte que hasta en ese lugar alejado se lograba escuchar con claridad las armoniosas melodías entonadas. Un mesero le ofreció una copa de Moët Rose Imperial, la cual acepto gustoso, Casiraghi era todo sonrisas y palabras cordiales que tenían encantadas a más de una señorita por ahí. En el club se reunían las familias de la alta alcurnia de Reino Unido, él no era la excepción debido a su linaje azul, pero se exasperó demasiado pronto, lo que le indujo a continuar. Le dio un sorbo lento a su copa mientras sus pies le direccionaban a la barra, no había puesto cuidado necesario y eso le llevó a tropezarse con una chica que pasó de ser una desconocida a una total sorpresa – Perdone usted, Señorita – arrastró sus palabras con total sarcasmo y una cínica sonrisa.

Porque así era Mariano, desvergonzado y exasperante, cínico hasta lo iverosímil.


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Mensaje por F. Chiara Caligari Sáb Ago 29, 2015 6:11 am

Royal Thames Yacht Club
Mariano A. Casiraghi
28.08.15
2:30 pm
El arte de un infortunio



El objeto en su mano izquierda se movía con parsimonia y lentitud, porque aun cuando parecía agraciada en todos los aspectos, Chiara era diestra. Si el abanico de su mano izquierda se movía solo un poco más rápido, era posible que se golpeara a si misma o terminara cayendo al suelo accidentalmente. Se preocupaba por actuar con gracia y elegancia, y desde que tenía uso de razón se había preocupado por ello. Provenía de una familia de clase media, con muchas cosas en contra; su madre era la cabeza de la familia, y ella era hija de un hombre que desapareció sin dar mayores explicaciones; fuera de ello, y de lo mucho que pudo afectarle crecer sin una figura paterna, estaba el hecho de que eran dos hermanas que tenían que comer, estudiar, y vestirse, y solo tenían una madre que pasaba la mitad de su tiempo luchando por ser una actriz, aunque fuese de poca monta. Resultaba irónico pensar que, aun con todo eso en contra, y la procedencia de Chiara, ella se había convertido en una mujer elegante y clasista.

Tenía gracia y porte, y eso nadie podía negarlo. Los años que estudio en aquel colegio privado le sirvieron para perfilarse como una señorita de sociedad aunque, lo cierto es que no hizo más que jugar a ser una. Aun cuando los años pasaron, nunca entró realmente al cerrado círculo de elitismo que tenía la alta sociedad. Seguía jugando a lo mismo. Estaba consciente de ello mientras le daba un sorbo a su copa, deleitándose unos segundos con el contenido de la misma. Siempre soñó con esa escena. Ella, engalanada en un Alexander McQueen mientras sus labios se bañaban con el exquisito liquido de un buen champagne. Se preguntaba entonces cuanto duraría eso, y la respuesta no hacia más que motivarla a apresurar sus planes en el mundo de la actuación. No le interesaba conquistar a ningún hombre que cumpliese sus caprichos, aunque pudiese hacerlo; tampoco le interesaba conseguir casarse con un hombre mucho mayor o tal vez con un monarca viudo para obtener algún título nobiliario. Ella quería fama. La había querido siempre.

Los labios de la rubia se despegaron de la copa que había estado bebiendo en el momento en el que un ligero golpe en su espalda la hizo resoplar algo exasperada. Detuvo el abanico que había estado movimiento desde hacía apenas unos minutos atrás y, de forma lenta, se giró para encarar al infortunio que le había golpeado. Aquella voz, por unos segundos, le pareció conocida; no podía confundirla con otra si no tenía el acento inglés que caracterizaba a la mayoría de las personas con las que Chiara se relacionaba. Y luego estaba el rostro. Un rostro que la rubia no podría olvidar ni aunque quisiera intentarlo; habían pasado semanas de su último y único encuentro. Tal vez habían pasado meses y ella ni siquiera se había percatado; pero aun así, aun cuando no había contado el tiempo que había pasado, lo reconocía.

— Mr. Casiraghi — aquel nombre salió con aplomo, en un saludo que la rubia acompañó con un asentimiento. Cuanta formalidad. Resultaba irónico que fuese así, y resultaba irónico que lo llamase por su apellido cuando hace algún tiempo había gemido su nombre. Chiara sonrió con una de las comisuras de sus labios ante el recuerdo, antes de rememorar que él había sido el único hombre que obtuvo algo de ella sin que ella pudiese obtener nada a cambio. El que sabía jugar sus cartas. — Diría que es una sorpresa encontrarlo acá, pero estaría mintiendo —dijo la rubia mientras evaluaba el rostro de su acompañante. — Imagino que debe atender la cúpula social. Un par de sonrisas a la cámara no quedarían mal — señaló entonces al fotógrafo que se acercaba a ellos desde su flanco derecho.

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